Ser Gateras
Entrevista a Alicia H. Puleo
¿Sabes que hay más de 100.000 mujeres en España que son «gateras»? Ser gatera es ocuparse de los gatos de la calle, contribuir a su esterilización con el método CER (Captura, Esterilización y Retorno), implica limpiar los espacios públicos donde viven gatos comunitarios, relacionarte de un modo particular con los vecinos, las colegas, la administración, tener un vínculo estrecho con seres en libertad. Ser gatera es también una inversión de dinero. Antes de la aprobación de la Ley de Bienestar Animal, ser gatera era una actividad clandestina en muchas comunidades autónomas.
No conocía las cifras pero sabía que el voluntariado que se ocupa de las colonias felinas está compuesto en su inmensa mayoría por mujeres. Hay allí mucho trabajo no reconocido por la sociedad, algo muy común cuando son mujeres las que lo realizan. Posiblemente, si en su mayoría los voluntarios fueran hombres, se tomaría más en serio. Como es una tarea fundamentalmente femenina, se mira como un capricho o una locura, en vez de agradecer la generosidad de quienes, con enorme esfuerzo, tratan de poner algún remedio a la situación lamentable generada por la conducta de particulares irresponsables que abandonan a sus animales y por la indiferencia de la administración.
En mis ensayos ecofeministas, he sostenido que la defensa de los animales que tantas mujeres llevan adelante encierra, a menudo de manera inconsciente, una rebelión contra el orden patriarcal, una rebelión que toma la forma de una especie de huelga de celo o de reglamento. Cumplen con las tareas que se espera de ellas (el cuidado de los demás), desbordándolas. En las sociedades patriarcales _y todas lo son en mayor o menor medida_ se espera que las mujeres asuman el trabajo de la crianza de los hijos e hijas, el cuidado de los mayores y los enfermos y las tareas cotidianas de mantenimiento de la vida (preparar la comida, tener limpia la ropa, consolar, atender y curar a los miembros de la familia). Defensoras de los animales como las gateras desafían el orden existente al ir más allá en las tareas del cuidado, extendiéndolas a otras especies, transfiriendo, así, a unas criaturas despreciadas y perseguidas, una energía _la energía del cuidado_ que estaba reservada para el mantenimiento de la sociedad patriarcal. Con su esfuerzo y su rebeldía, las mujeres defensoras de los animales están creando espacios de compasión, libertad e igualdad y escribiendo las normas de un mundo futuro más justo para todos.
¿De qué manera ser mujer y ser consciente del potencial de cuidado implica cuidar del medioambiente?
Evidentemente, no toda mujer cuida del medioambiente, pero sí es cierto que, internacionalmente, en las bases del movimiento ecologista hay mayoría de mujeres. Esto ha llevado a pensar que las tradicionales tareas de cuidado llevadas a cabo por las mujeres facilitarían la preocupación ecológica que se advierte en muchas de ellas. Hay quienes han explicado este compromiso como motivado biológicamente y quienes lo ven sólo como el resultado de una socialización femenina en los valores y virtudes del cuidado. Quizás sea una mezcla de ambos componentes con un predominio de lo cultural, si tenemos en cuenta que en todo fenómeno humano hay elementos naturales y culturales. Yo prefiero hablar más de cuidado de la Naturaleza que de cuidado del medioambiente porque la noción de Naturaleza conserva algo de la antigua idea de energía autocreadora e incluye a los animales y a nuestros propios cuerpos. “Medioambiente” parece en cambio referirse a un escenario en el que el ser humano es el protagonista y la naturaleza queda reducida a un escenario instrumental para la actuación (y la supervivencia) de ese personaje principal.
¿Qué es el Ecofeminismo? ¿Cuándo nació? ¿De quién partió? ¿En qué contexto?
Es una corriente del feminismo relativamente nueva que enlaza las reivindicaciones de las mujeres con las preocupaciones ecologistas y, en algunas autoras, como es mi caso, con las propuestas de la ética animal, es decir, con una consideración moral hacia los animales. Podemos decir que, en el siglo XIX y los principios del XX, muchas sufragistas fueron pioneras del ecofeminismo porque abrieron el feminismo a la lucha contra la vivisección y contra el generalizado maltrato animal, por ejemplo, el de los animales de tiro en el transporte de aquella época. Salían a la calle con cubos de agua cuando veían caballos exhaustos que los cocheros trataban de levantar del suelo a latigazos y les daban de beber, fundaron las primeras asociaciones contra la crueldad hacia los animales, organizaron manifestaciones contra la vivisección y mostraron los vínculos entre el maltrato sufrido por las mujeres y por los animales. Pero el término “ecofeminismo” surgió en los años 70 del siglo pasado. Lo forjó una feminista francesa, Françoise d’Eaubonne, amiga de Simone de Beauvoir. Como en ese momento había una fuerte preocupación ecologista por el excesivo crecimiento demográfico que abocaba a una catástrofe humanitaria por la imposibilidad de alimentar a tantas personas, o a una catástrofe ambiental si se dedicaba más tierra salvaje al cultivo, D’Eaubonne consideró que la demanda feminista de control del propio cuerpo, el derecho de las mujeres a decidir si deseaban o no ser madres, o dicho en otros términos, la abolición de la maternidad forzada, constituía un vínculo muy importante con el ecologismo. Sin embargo, el ecofeminismo no prosperó en Francia, sino que migró hacia los países anglosajones. Tuvo buena acogida, entre las feministas estadounidenses formadas en las clases de Ética y Filosofía feminista de Mary Daly, que señalaba al patriarcado como la causa profunda de la crisis ecológica y del peligro nuclear durante los años de la Guerra fría. Por cierto, en su libro Pura lujuria. Filosofía Feminista elemental, que acaba de ser publicado por primera vez en castellano, Mary Daly convierte a sus gatas en protagonistas de un diálogo imaginario e irónico de uno de los capítulos titulado “Apéndice gat/egórico” en un juego de palabras entre “cat” y “categórico”.
Hasta hace muy poco, los países latinos no se interesaron por el ecofeminismo. Hoy, en cambio, asistimos a un auténtico auge. Se trata de una respuesta a la crisis ecosocial producida por la globalización depredadora. Por eso, he definido el ecofeminismo como una filosofía y una praxis emergentes contra la dominación patriarcal androantropocéntrica y neoliberal.
¿Qué te sedujo de esta concepción de la vida?
Me pareció más cercana a la realidad y más vital que muchas de las teorías filosóficas que había estudiado y más generosa que la comprensión dominante del mundo que subyace a la vida en las sociedades actuales. El feminismo de la igualdad del que yo provenía me dotaba de instrumentos de análisis y crítica de los prejuicios y las injusticias que habían discriminado y subordinado a las mujeres. Y el ecofeminismo ampliaba el objetivo emancipatorio al que podían aplicarse esos instrumentos. Comencé leyendo obras de ecofeministas anglosajonas y durante un tiempo pensé que esa lectura era la única razón de que me hubiera atraído el ecofeminismo. Más tarde comprendí que había algo en mi propia historia que explicaba esa atracción: en mi familia materna asturiana había habido una fuerte impronta naturista. La biblioteca de la casa de mis padres estaba llena de libros de autores naturistas. Y el naturismo es un precedente del ecologismo. Mi interés ecofeminista se nutría con recuerdos de infancia, con el espíritu contestatario, inconformista, de mi madre que leía obras naturistas sobre alimentación vegetariana y sobre la influencia de la forma de vida en la salud. Mis lecturas filosóficas por fin conectaban con su gran corazón que la llevó a alimentar y adoptar tantos gatos y perros abandonados… A mi padre y a mí, ella nos enseñó el amor y la compasión por los demás seres vivos.
¿Sientes que se comprende en España o más en otras latitudes?
En este momento en España y en los países latinoamericanos hay un creciente interés por el ecofeminismo. El gran éxito del curso online Ecofeminismo. Pensamiento, Cultura y Praxis que organizo todos los años junto con la coordinadora de la Red Ecofeminista, Dina Garzón, en la Universidad de Valladolid es una prueba de esta sensibilidad emergente. Siempre superamos las 200 matrículas y la participación del alumnado es entusiasta porque el curso responde a una necesidad social de avanzar hacia una cultura de paz con la Naturaleza.
¿Ser Ecofeminista es una forma de compromiso o de libertad?
Yo diría que ambas cosas. Ser ecofeminista es una forma de compromiso y de libertad. Para ganar la libertad, es necesario comprometerse de alguna forma. Ser ecofeminista es una liberación con respecto a prejuicios androcéntricos que sólo valoran lo que históricamente ha sido considerado masculino (andros, en griego, significa varón). Y es también una liberación con respecto a prejuicios antropocéntricos (anthropos, en griego, es ser humano) que estipulan que únicamente existe obligación moral de respetar a los humanos. Ser ecofeminista es liberarse del androantropocentrismo. Es una tarea continua, como el feminismo, porque todas y todos nos hemos formado con innumerables ideas recibidas que hemos dado por buenas sin juzgarlas con nuestro propio entendimiento, esas ideas no examinadas son los pre-juicios. Ser ecofeminista implica pensar libremente y actuar en consecuencia. Implica “reflexionar”, que es una forma de pensar sobre quiénes y cómo somos. “Reflexionar” es un verbo emparentado con “reflejar”: un pensar que se mira críticamente en el espejo. Ser ecofeminista es actuar con razón y pasión, con pensamiento y sentimiento, con justicia y compasión.
¿La caza es una forma de imposición del patriarcado sobre la vida de todos? ¿Una forma de concebir la masculinidad lo más lejos posible de lo emocional?
La Antropología ha definido al patriarcado como aquella organización social en la que los puestos clave de poder (político, religioso, económico y militar) están ocupados mayoritaria o exclusivamente por varones. La caza es una actividad humana muy antigua, como antiguo es el patriarcado. De hecho, los estudios científicos actuales consideran que la caza ha sido una de las principales causas de extinción de grandes mamíferos como el mamut en el Cuaternario tardío, hace unos 50.000 años. También nos muestran que en las últimas décadas, la caza está contribuyendo, junto con la degradación ambiental, a lo que se llama la Sexta Extinción.
Por su parte, investigaciones antropológicas han estudiado cómo se construyen cazadores y guerreros en las sociedades etnológicas a través de rituales destinados a reprimir los sentimientos empáticos en los varones. El objetivo es despojarlos de características afectivas que desprecian y consideran “femeninas”, cuando en realidad, son capacidades que pueden desarrollarse, en mayor o menor medida, en todos los seres humanos. Existe una correlación entre la frecuencia e intensidad de la guerra tribal y la inferiorización y el sometimiento de las mujeres en la sociedad. La caza es la guerra contra los animales silvestres. Forma hombres con capacidades afectivas disminuidas, obsesionados por el afán de dominio y de muerte. La caza actual, mal llamada “deporte”, es una escuela de violencia y de represión de la compasión en los varones. Por lo tanto, no sólo se impone al resto de la sociedad como restricción, por ejemplo, de la seguridad para pasear libremente por el campo, o como pérdida de la biodiversidad. También la sufre toda la sociedad al reproducir un tipo de masculinidad patriarcal que sería necesario superar. Un mundo herido, como lo está hoy la Tierra, necesita cuidados, no más y más agresiones. Aunque existen algunas mujeres que practican la caza, son muy minoritarias y pienso que las mueve, entre otros motivos, un deseo de igualdad sin sentido crítico. Los hombres que se niegan a someterse a ese modelo patriarcal y que cultivan sus sentimientos empáticos hacia los animales son disidentes de género. Son rebeldes que señalan un camino evolutivo.
¿Qué tres imprescindibles debe cumplir una Ecofeminista?
Amar y defender a los animales no humanos, luchar por ecosistemas sanos y buscar la justicia y la igualdad entre mujeres y hombres y entre el Norte y el Sur global.
¿Tu libro Claves ecofeministas es una buena entrada para las personas interesadas?
Sí, así lo creo. Lo es porque lo escribí con ese objetivo. En 2011 había publicado Ecofeminismo para otro mundo posible, un libro que dio y sigue dando un impulso increíble al ecofeminismo en el mundo hispanohablante. Sin embargo, una amiga me señaló que a su alrededor había mucha gente joven que estaba interesada en el ecofeminismo pero a la que ese libro le resultaba demasiado complejo si no habían estudiado Filosofía. Y me sugirió que escribiera otro, más breve y sencillo, sin caer en el simplismo, que sirviera de introducción al ecofeminismo. Así nació Claves Ecofeministas. Para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales, publicado en 2019. A finales de 2022 salió la cuarta edición, actualizada.
¿Qué es lo que más te gusta de los gatos?
Son como seres mágicos. Aparecen y desaparecen en muebles, cajones, en sus amadas cajas de cartón… Se pasean por toda la casa, silenciosos, elegantes, enigmáticos. Son una excelente compañía para quienes realizamos trabajos sedentarios, ya lo decía el poeta francés Baudelaire en su famoso soneto Los gatos, escrito a mediados del siglo XIX. Pareciera que mis dos gatas se interesan por lo que escribo o leo (ríe), siempre sentadas encima del libro o paseándose por el teclado. Si me permites, me gustaría despedirme con algunos fragmentos de ese poema que hablan de su belleza y su misterio:
“Los amantes fervientes, los sabios venerables,
Sienten, cuando maduros, igual predilección
Por los gatos, orgullo de la casa, que son
Como ellos sedentarios y al frío vulnerables.
(…)
Cuando sueñan, adoptan las nobles actitudes
De las grandes esfinges que en vastas latitudes
Solitarias se pierden en un sueño inmutable.
Mágicas chispas arden en sus grupas tranquilas
Y partículas de oro, como arena impalpable,
Alumbran vagamente sus místicas pupilas”
Siempre he pensado que las palabras son importantes y hay que elegir bien. Hoy he aprendido, gracias a la estupenda entrevista a Alicia Puleo en FdCATS, unas (para mi) nuevas nociones de las palabras «Naturaleza» (un todo autocreador que nos incluye, junto a los animales) y «Medio-Ambiente» (un escenario instrumental para el ser humano cómo protagonista). Una visión muy distinta, de cuidar de lo que somos parte (naturaleza) a explotar lo que está ahí para algunos personajes (globalización depredadora androantropocéntrica).
Y quizás, sea precisamente esa diferencia que en España molesta de los gatos, que son más bien anti-androcéntricos…